a parir del siguiente texto y vídeo sacar 10 ideas principales para socializarlas en clase.
MANUAL DE URBANIDAD DE CARREÑO.
CAPÍTULO SEGUNDO
DE LOS DEBERES PARA CON LA
SOCIEDAD
Dentro de estos deberes se resalta, Deberes para con
nuestros padres El amor y los sacrificios de una madre comienzan desde que nos
lleva en su seno. Cuántos son entonces sus padecimientos físicos, cuántas
sus privaciones por conservar la vida del hijo que la naturaleza ha
identificado con su propio ser, y a quien ya ama con extremo antes de que sus
ojos le hayan visto, Cuánto cuidado en sus alimentos,
Su primer cuidado es hacernos
conocer a Dios. ¡Qué sublime, qué augusta, qué sagrada aparece entonces la
misión de un padre y de una madre! El corazón rebosa de gratitud y de ternura,
al considerar que fueron ellos los primeros que nos hicieron formar idea de ese
ser infinitamente grande, poderoso y bueno, ante el cual se prosterna el
universo entero, y nos enseñaron a amarle, a adorarle y a pronunciar sus
alabanzas. Después que nos hacen saber que somos criaturas de ese ser
imponderable, ennobleciéndonos así ante nuestros propios ojos y santificando
nuestro espíritu, ellos no cesan de proporcionarnos conocimientos útiles de
todo género, con los cuales vamos haciendo el ensayo de la vida y preparándonos
para concurrir al total desarrollo de nuestras facultades. El amor y los
sacrificios de una madre comienzan desde que nos lleva en su seno. ¡Cuántos son
entonces sus padecimientos físicos, cuántas sus privaciones por conservar la
vida del hijo que la naturaleza ha identificado con su propio ser, y a quien ya
ama con extremo antes de que sus ojos le hayan visto!
Deberes para con la patria
Nuestra patria, generalmente
hablando, es toda aquella extensión de territorio gobernada por las mismas
leyes que rigen en el lugar en que hemos nacido, donde formamos con nuestros
conciudadanos una gran sociedad de intereses y sentimientos nacionales.
Cuanto hay de grande, cuanto hay
de sublime, se encuentra comprendido en el dulce nombre de patria; y nada nos
ofrece el suelo en que vimos la primera luz, que no esté para nosotros
acompañado de patéticos recuerdos, y de estímulos a la virtud, al heroísmo y a
la gloria. Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados, y
todos los demás signos y monumentos de la vida social, nos representan a
nuestros antepasados y sus esfuerzos generosos por el bienestar y la dicha de
su posteridad, la infancia de nuestros padres, los sucesos inocentes y
sencillos que forman la pequeña y siempre querida historia de nuestros primeros
años, los talentos de nuestras celebridades en las ciencias y en las artes, los
magnánimos sacrificios y las proezas de nuestros grandes hombres, los placeres,
en fin, y los sufrimientos de una generación que pasó y nos dejó sus hogares,
sus riquezas y el ejemplo de sus virtudes...
CAPÍTULO TERCERO
DE LOS DEBERES PARA CON NOSOTROS
MISMOS
Para Carreño Los hombres que
viven en una sociedad civilizada no lo hacen para pelear y combatir entre sí,
como en los tiempos primitivos, sino para auxiliarles unos a otros, haciendo
así la vida más fácil y amable para todos. Nada hay por eso que impulse tanto
al bienestar y el progreso de una nación como la sociedad entre sus habitantes,
y para esto son indispensables la cortesía, las buenas maneras, la tolerancia y
el trato gentil entre unos ha otros y Debemos por eso tolerar, respetar y
honrar y, si es posible amar en el sentido cristiano, a nuestros semejantes y
con más razón a nuestros compatriotas, y proceder siempre de la misma manera
como nosotros desearíamos ser tratados por ellos. En una palabra, debemos
hacernos amables, para poder ser amados y que de esta manera el principio
cristiano de “amaos los unos a los otros”, pueda cumplirse plenamente en la
práctica diaria.
Si todos somos mal
educados, irrespetuosos, egoístas y, en vez de ayudar, maltratamos a nuestros
semejantes sin consideración a su edad y condición, y pretendemos siempre para
nosotros el primer puesto o la mejor tajada, si cedemos fácilmente a los
arranques de la ira o del mal genio, o perturbarnos, sin importarnos nada la
tranquilidad, el silencio, el reposo o el sueño a que los demás tienen también
derecho, si injerimos, denigrarnos y humillarnos a los otros como si fuéramos
los amos del mundo, no seremos dignos de vivir en una sociedad civilizada y
merecemos la universal reprobación. Con hombres así la convivencia diaria se
hará ingrata y amarga, cuando no francamente imposible.
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